http://www.acento.com.do/index.php/blog/4703/78/Terrible-Enfermedad.html
Particularmente, yo que soy una mujer de estos
tiempos, de las que quiere abarcarlo todo, fallar lo menos posible y cumplir
con cada una de las tareas que contribuyen con el éxito del “semi-organizado” universo del cual participo,
he podido notar que el momento de escribir, el cual antes tenía un tiempo y un
lugar, ha ido quedando obligado a los
espacios que sobran del día. Y como más que un pasatiempo, es el escribir una
necesidad personal, como un niño malcriado hace pataletas acompañadas de gritos,
en momentos inesperados para así hacerse sentir. Hasta el deseo de escribir se
subleva ante la velocidad de los días.
Teniendo pues estas palabras introductorias, quisiera
traer a materia las tantas veces que he criticado a Billy (mi amigo personal*, Collins)
por su incomoda e incomprensible adicción a las madrugadas… Pero ¿A que no
saben qué? Estoy sufriendo de lo mismo! Para
mí, que siempre he amado las mañanas para adornarlas con mi sueño, es una
enfermedad el querer escribir a estas horas. Mal que consiste en dos claros
síntomas y diversos efectos secundarios.
El primer síntoma es haber crecido. Sí, dejemos de
esconderlo: la edad. Con el camino a la añorada y nunca alcanzada adultez, te
va resultando más fácil la tarea de despertar temprano. Luego, como segundo
síntoma, tiene que existir el peso de la palabra en la mente, los paseos de las
frases testarudas que interrumpen los sueños. Por último, tomado este tercer
hecho como primer efecto secundario y a la vez como engrudo, al abrir los ojos
descubres al duende que ha paseado entre tu cabeza y la almohada y ha bordado
con hilos invisibles las ideas aisladas que en un principio te despertaron. Te
levantas, tomas la libreta y escribes. En la mañana aun oscura y rodeada de
silencio.
Entonces mi querido Billy, con pesar lo admito, estoy
contagiada.
*Obviamente no soy amiga de Billy Collins… Se
convierte en mi amigo cada vez que escucho su voz al leer sus poemas.
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