jueves, 14 de abril de 2016

Carta a Abril Troncoso (a partir la lectura del libro Uanabí)

1- Abril, estoy leyendo tu libro. Quería contarte que he recibido varios golpes caminando por sus líneas, me he llenado de sorpresas y sobresaltos. He sentido la autocolonización que ejercemos inconscientes y que tanto mencionas en nuestras extendidas charlas. Uno, como lector, quiere siempre saber lo que el escritor desea comunicar y yo prefiero no preguntarte, sencillamente vomito aquí, aquello que el libro me ha contado; Uanabí me ha hablado de frente y sin miedo.
2- Abril, he tenido una visión. Uanabí era un pueblo donde la calle gritaba sentimientos. Sentimientos de los que saltan por los charcos de colores y van de aquí para allá desahogándose en un grito continuo. En Uanabí (la ciudad), hay una casona donde el sexo tiene un peso de añoranza y de recuerdos, donde nadie se atreve a amar más de la cuenta. Las voces, sus habitantes, andan de la mano manoseando temas que parecen ajenos, desde un hueco profundo hasta la montaña más alta, van cruzando y acuchillando el amor, la ternura, el deseo y la maldita opresión de la cual han sido victima… Laberintos de lo social, el poder y la injusticia, en su cara más oscura y a veces, como un rayo fulminante destrozando algún callejón húmedo que se había creado con ternura. Es un pueblo del mundo, o es la ciudad más avanzada de algún remoto rincón de la isla. Es la isla completa, donde la flor y la hoja de la tierra ejercen una presencia absoluta sin ni siquiera ser mencionadas y tu mente cosmopolita amarra el campo y lo saca de su letargo con una cachetada de realidad.

3- Abril, yo quisiera saber lo que tú “Uanabí”,  quisiera saber también, lo que yo “Uanabí” después de leerte y nosotros los de esta “isla RD”, usando tus propias palabras.  Quisiera saber si toda esta armadura a que construimos con el pasar de los años es lo que realmente deseo,  o si realmente lo que yo “Uanadú”  es patear la caja de cristal, convulsionando gritos, ver a lo lejos esos otros sueños que resultan ser nuevos para esta miserable isla a la que he llamado cuerpo. Quiero tener entre mis manos, aunque fuese por un segundo, la libertad que camina desnuda por el pueblo que este libro ha construido en mi mente.
4- “Soy, un aposento lleno de puertas,  dentro de la casa que se construye en mi mente”.
Entonces, dime Abril, ¿es esta piel una cárcel o una cruz que finalmente debo aceptar, comulgando con todo lo que ella posee y no tiene? ¿Están aquí mis pensamientos atrapados? O se irán de vez en cuando con la certeza de que regresarán… ¿Y si no vuelven? ¿Y si me dejan sola en esta desolada isla donde solo yo existo?

Auto charla de auto aceptación (Histerismos)

Cada día me levanto y en realidad no quiero. 
Es la primera batalla que libro, el no poder quedarme acostada hasta que el cuerpo grite “¡calle!”, desarrollando esa capacidad asombrosa y con poca competencia de perder magistralmente el tiempo, pensando en el infinito o bien, en nada. Ya las 5:30, hace tiempo hay unos dibujos solucionándose en mi mente, cuando abro los ojos tengo cayos en las manos de tanto dibujar, de tantos correos respondidos y cobros pendientes, esos duendes que halan mis pies, deben ser arquitectos.
Muchas veces me pasa también con la escritura, sobre todo si es viernes y ya el jueves por la noche he sembrado algunas ideas para contar. Cuántas madrugadas tengo que salir de la cama para que no se escape “el poema”, que al final, nunca es el mejor o dicho de otra forma, aunque sea el mejor, debe ser superado, igual que los edificios y las casas.
Después de la primera batalla, libro la segunda y esta tiene que ver con aquello de ser mujer, un ser humano sensible (e influenciable), cuando uno se mira al espejo y comprende en la profundidad de uno mismo, que los años no pasan “de gratis”, que las caderas, quizás,  se ven un poco más grandes que hace unos días, mientras se dibuja un aguacate como respuesta. Después, porque no hay escapatoria, cruzo aterrorizada frente a la báscula y me digo, “no te peses, mejor hagamos un poco de ejercicio” (tercera batalla).
Pues hoy la balanza ganó. No entiendo cómo, ni por qué, no sé en cuál almohada se quedó el orgullo de amarme exactamente como soy (que al final es la más grande mentira). Tiemblan un poco las piernas y no acabo de deducir si es la fascitis plantar o algún miedo. Entonces lo hago y luego ella me habla… Minutos después salgo a correr (con una rabia que va quedando en cada paso que ejecuto contra el asfalto) y decido no contarle a nadie de esas cosas. Imagínense, a quién le interesan las inseguridades de una doña cualquiera.
Es mejor pretender que somos felices tal y como somos, que el bombardeo publicitario que utiliza a la mujer como modelo perfecto no me afecta y no se ha cosido en mi mente la imagen de una Denisse con las costillas afuera. Prefiero pretender que no quiero ganarle la batalla al tiempo y engañarlos a todos con mi espectacular sonrisa.