Publicado en Bávaro News 5 Julio 2012
Cuando
conozco a algún individuo al que se pueda
poner el sobrenombre de “personaje” recuerdo a uno de los caracteres que conocí hace tiempo:
Fernando.
Cada tarde
a eso de las 7 entraba al bar con su saco de cuadros desteñidos, su tupido y
despeinado bigote y varios libros bajo el brazo, los cuales no sé si leía, pero
seguramente lo habría hecho miles de veces en otras épocas, cuando la razón reinaba
su mundo. Daba unas cuantas vueltas, saludaba a los mozos conocidos y
terminaba siempre en mi mesa. Era yo de
los pocos que solía sentarse con él, entiendo que la juventud y la alegría de
vivir me permitían en aquel entonces esos lujos.
Siempre me hacía la misma pregunta: ¿Qué haces aparte
de tomar cervezas? Le respondía, tratando de disimular mi risa, lo mismo, que
era arquitecta y que trabajaba para alguien importante. En esas tardes de
amenas conversaciones Fernando llegó a decirme algunas cosas interesantes, una
de las que no ha dejado mi memoria fue
“Para leer poesía hay que estar en cierto “mood” (hablaba inglés). Si no estás
en el ambiente mental adecuado, la más hermosa poesía puede parecer una
denuncia fría de lo cursi”.
Unos conocidos
me contaron entonces que Fernando había sido profesor de la UASD, que su mente
se nubló cuando perdió a su hija víctima de una enfermedad terminal. También
dijeron que en una ocasión fueron a su casa a acompañarle a buscar un ejemplar
de un libro importante. El apartamento era oscuro. Todo el espacio libre del
interior estaba ocupado por torres de libros. No se podía caminar.
Fernando se
enojaba conmigo frecuentemente, las veces que no podía (o no quería) sentarme a
conversar, porque la fiesta estuviese a punto o cualquier otra razón menos
importante. Se marchaba sin despedirse. Puedo entender que tuviera ese derecho,
más aun si me consideraba su amiga.
No sé si
Fernando está vivo aún, si se le ve por las calles de la Zona Colonial o
entretiene con su charla a algún otro desconocido. Los personajes de esas
épocas han ido desapareciendo con el tiempo, junto a sus vicios, sus
genialidades, sus enfermedades o la soledad, que es finalmente peor que estar
enfermo.
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