viernes, 29 de junio de 2012

Imán de Locos II (Del Baúl de los Recuerdos)


Publicado en Bávaro News 5 Julio 2012

Cuando conozco a algún individuo  al que se pueda poner el sobrenombre de “personaje” recuerdo a   uno de los caracteres que conocí hace tiempo: Fernando.

Cada tarde a eso de las 7 entraba al bar con su saco de cuadros desteñidos, su tupido y despeinado bigote y varios libros bajo el brazo, los cuales no sé si leía, pero seguramente lo habría hecho miles de veces en otras épocas, cuando la razón reinaba su mundo. Daba unas cuantas vueltas, saludaba a los mozos conocidos y terminaba  siempre en mi mesa. Era yo de los pocos que solía sentarse con él, entiendo que la juventud y la alegría de vivir me permitían en aquel entonces esos lujos.

 Siempre me hacía la misma pregunta:  ¿Qué haces  aparte de tomar cervezas? Le respondía,  tratando de disimular mi risa, lo mismo, que era arquitecta y que trabajaba para alguien importante. En esas tardes de amenas conversaciones Fernando llegó a decirme algunas cosas interesantes, una de las que no ha dejado mi memoria  fue “Para leer poesía hay que estar en cierto “mood” (hablaba inglés). Si no estás en el ambiente mental adecuado, la más hermosa poesía puede parecer una denuncia fría de lo cursi”.

Unos conocidos me contaron entonces que Fernando había sido profesor de la UASD, que su mente se nubló cuando perdió a su hija víctima de una enfermedad terminal. También dijeron que en una ocasión fueron a su casa a acompañarle a buscar un ejemplar de un libro importante. El apartamento era oscuro. Todo el espacio libre del interior estaba ocupado por torres de libros. No se podía caminar.

Fernando se enojaba conmigo frecuentemente, las veces que no podía (o no quería) sentarme a conversar, porque la fiesta estuviese a punto o cualquier otra razón menos importante. Se marchaba sin despedirse. Puedo entender que tuviera ese derecho, más aun si me consideraba su amiga.

No sé si Fernando está vivo aún, si se le ve por las calles de la Zona Colonial o entretiene con su charla a algún otro desconocido. Los personajes de esas épocas han ido desapareciendo con el tiempo, junto a sus vicios, sus genialidades, sus enfermedades  o  la soledad, que es finalmente peor que estar enfermo.

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