miércoles, 9 de junio de 2010

Querido Billy

Algunos días cuando me levanto, tomo uno de los libros que tengo de Billy Collins y leo algún poema elegido al azar. Es una de las más hermosas formas de despertarme que he descubierto. Contrario a Billy, no soy una persona muy dada a las mañanas, no sufro de insomnio (casi nunca) y sueño a diario con poder quedarme un rato mas entre mis sábanas. Pero leerlo, sobretodo muy temprano, en sus horas favoritas me hacen sentir que me conecto un poco mas con sus palabras, con la delicada y considerada percepción que tiene de la vida y del inicio de cada día.

Algo que me encanta de Billy es que no necesita nada para inspirarse, ningún evento relevante, ni siquiera algún hecho que evoque un sentimiento. El ve poesía en todo. En las flores de la mañana, en el pasto húmedo, en las nubes, en los libros de sus estantes, en algún garabato sobre una hoja, en los fantasmas del pasado y hasta en su perro. Una vez escribí en un poema que todo es poesía, demostrando esa teoría Billy es un maestro.

La primera vez que supe de él fue en casa de una amiga conversando sobre libros una tarde, ella me leyó el poema que se ha convertido en mi favorito “Japan”. Al escucharlo por primera vez se inundaron de lágrimas mis ojos. Cuando terminó de leerlo, tomó el libro abierto, lo apretó contra su regazo y junto a un suspiro dijo que lo amaba. Luego me lo ofreció como regalo, que regalo más maravilloso”. A veces en vez de leer un poema cualquiera vuelvo a buscar “Japan” y me dejo envolver por sus versos, por la vibración de la campana sonando en mi mente y siento el peso de la mariposa sobre mis hombros. Veo a su perro mirándolo cuando grita por la ventana en su experimento… Lo leo varias veces porque nunca quiero que termine, luego, de la manera que me enseñaron, abrazo el libro con fuerza y pienso que lo amo.

La libertad en bicicleta.


Desde que era una niña luché por lo que consideré mis derechos. Ahora me rio por todas esas tonterías en las cuales creí. No era una niña desobediente, pero siempre supe pronunciar mi desacuerdo con respecto a lo que consideraba injusto, aunque al final tuviera que cumplir con el deber.

Siempre tuve ansias de libertad, salir de esas paredes y vivir mi vida de la manera que quisiera. Mi padre lo sabía y sentía miedo. No quiero dar a entender con esto que mi infancia fue infeliz, de ninguna manera, lo que sucedía era que esa fuerza que rompía las barreras nacía constantemente por dentro y no la sabía controlar.

Una vez me escapé en mi bicicleta. Emprendí una misión secreta que no era el escape definitivo, pero si una prueba de lo que pudiera pasar. Recuerdo la brisa que acariciaba mi cara, mis piernas pedaleando con toda rapidez, miraba hacia atrás de vez en cuando para ver si alguien lo notaría. Cuando doblé la esquina mi padre empezó a llamar, no estaba permitido salir de nuestra calle. Pedaleé con más fuerza aun y en mi cara se sembró una expresión de orgullo. Le di la vuelta a la manzana y antes de volver me detuve, pensé un poco en las consecuencias.

Sabía que me esperarían con un reproche o un castigo. Pero no importaba, porque había conseguido ser libre y autónoma aunque fuera por unos segundos. Volví con una sonrisa que me ocupaba la cara completa y me castigaron por una semana sin montar… “Sólo eso”, pensé, sólo eso por los primeros minutos de libertad que acaricié con mis manos.

En ese tiempo la libertad significaba salir de la casa y del mandato de mis padres. Hoy son más cosas las que se involucran al pensar en la libertad que vivo como ser independiente, que vivimos como país. Todas las decisiones tomadas a lo largo de mi vida, a través de la historia en busca de ella, nuestros próceres con sus sueños, los ideales que nos dejaron grabados en el pecho de todo el que ama su tierra, libertad de pensamiento y de palabra y sin embargo a veces pareciera que tambalea… Libertad, que fácil fuera volver a subir en mi bicicleta y encontrarte plena.

Omar

Tenía 18 años cuando conocí a Omar, le decíamos Omar, pero sus amigos le llamaban Oma.

Omar fue mi primer contacto real con Haití. En un principio trabajó en la construcción de la nueva casa y luego pasó a ser empleado del residencial. Era amistoso y alegre, por lo menos eso es lo que recuerdo de él y lo que decía Doña Sofi, quien lo había contratado.

Fuimos los segundos en mudarnos, los trabajadores haitianos ocupaban una de las construcciones vacías, una casa con tendencias clásicas que quedaba al otro lado de la calle, en el lado más bajo. Fue la última en estar lista y por esto, el hogar de Omar en los años consecutivos. Vivía ahí con su mujer y varios compañeros más, se fueron yendo uno a uno hasta que sólo quedo él. Cada tarde los hombres se bañaban juntos en el patio. Mi madre se sentía molesta por aquella situación, pero nunca se vio nada fuera de lugar, aparte de que un muro alto les tapaba hasta el pecho. Yo lo veía más bien como un ritual del atardecer, donde unos lavaban las espaldas de otros. Una acción caritativa donde después de un pesado día de cargar bloques y empujar carretillas e incluso cocinar para ti mismo, otra persona lavara tu espalda y te despojara amablemente de tu última obligación.

Sabía tan poco de ellos.

Omar se fue poniendo flaco, por las noches daba paseos por la estrecha calle arropado con un traje gris que mi padre le había regalado para que pasara las madrugadas de diciembre que le quedaba como una manta. Su mujer ya no estaba. Años después mi madre nos contó que murió ahí, en la casa vacía. Omar también se fue y nunca volvió.

Hoy recuerdo a Omar, su cara sonriente, su servicio incondicional, en su honor escribo. Por ser el primero lo tomo como representante de todos aquellos que he conocido con el paso del tiempo. Pienso que su historia se acerca a la historia reciente de su país…

Vivo mi Haití a diario, cuando comparto hoy con todos esos amigos que perdieron tanto y con los que sólo perdieron la felicidad. Tantos nombres. Y aun así no sé nada, de lo que pasa por sus mentes, de lo que vendrá mañana y qué tan largo y pedregoso será el camino que los coloque en un futuro mejor si el pasado estaba oscuro ya. Quisiera ayudar, hacer mas, imaginar un mañana diferente, ser como los que están allá dando sus vidas pero lo que soy es nada en esa historia, alguien con unos cuantos cartones de leche enviados junto con los buenos deseos… Sólo eso.