Había imaginado varias veces como sería nuestro encuentro después de estar tan lejos.
Estaría jugando con los niños, llegarías y me besarías dulcemente en los labios, un beso muy corto, casi un pico.
Yo sonreiría y volvería a jugar. Nadie lo notaría, solo tú y yo veríamos el verdadero peso de ese ligero acercamiento.
El dolor que provoca la distancia me hace imaginar situaciones imposibles.
El dolor que provoca la distancia me hace imaginar situaciones imposibles.
No me preocupa dejar volar mi mente, más bien temo a la realización de esos pensamientos lejanos a la realidad, a la concretización y fijación en el centro del pecho de tantas posibilidades, que son más bien ideas vagas que reaparecen de acuerdo al día y a la situación, pero cuando están vigentes, sobretodo cuando la distancia es uno de los componentes, pareciera que el mundo gira hacia un propósito puntual. No el mundo, mi mundo.
La distancia de la cual hablo no es el estado físico de lejanía, no es el movilizarse en algún medio de transporte y desaparecer de la fotografía. Me refiero a un estado mental; estar en el mismo espacio y al mismo tiempo estar lejos, sea por decisión mutua, o de una de las partes, es lo mismo: kilómetros ansiedad, kilómetros anhelos…
La distancia de la cual hablo no es el estado físico de lejanía, no es el movilizarse en algún medio de transporte y desaparecer de la fotografía. Me refiero a un estado mental; estar en el mismo espacio y al mismo tiempo estar lejos, sea por decisión mutua, o de una de las partes, es lo mismo: kilómetros ansiedad, kilómetros anhelos…
El extrañar provoca una sensación de separación real, visto tal vez de esa manera por ser la forma mas conveniente para mi cabeza: quiero pensar que te has ido, que estas perdido en algún lugar y no encontrarás la salida.
Conduzco a la máxima velocidad posible, llego tarde, como siempre, camino por los pasillos con el temor de tener que poner en práctica mis propias teorías, siento el regocijo diario del reencuentro con mis hijos, corren hacia mí como si hubieran pasado años desde el momento que los dejé. Cada quien asimila la distancia a su manera. Gritan uno de mis tantos nombres y me abrazan, formamos un tumulto de tres, felicidad absoluta, pienso.
Conduzco a la máxima velocidad posible, llego tarde, como siempre, camino por los pasillos con el temor de tener que poner en práctica mis propias teorías, siento el regocijo diario del reencuentro con mis hijos, corren hacia mí como si hubieran pasado años desde el momento que los dejé. Cada quien asimila la distancia a su manera. Gritan uno de mis tantos nombres y me abrazan, formamos un tumulto de tres, felicidad absoluta, pienso.
Salimos agarrados de las manos, te veo, nos cruzas, los saludas a ellos, no a mi. Cruzas como un sable por mi cuello, un camino de hielo por la espalda.
Aunque por los pliegues de mi mente se desliza la tonta posibilidad de un reencuentro, asimilo la distancia como si fuera una muerte: dolorosa y definitiva.
Aunque por los pliegues de mi mente se desliza la tonta posibilidad de un reencuentro, asimilo la distancia como si fuera una muerte: dolorosa y definitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario