Este fin de semana estuve en santo Domingo. Estando ahí y recibiendo mi dosis obligatoria de maltrato vial caigo una nueva vez en el mismo pensamiento. Muchísimas veces lo he pensado, lo he comentado con varias personas, he inventado “slogans” y estrategias de educación al conductor, pero al final siempre surge una pregunta que interrumpe mi sueño. ¿Quiere el dominicano educarse?
En mis reflexiones constantes sobre este tema surge una frase, un reclamo que ataca directamente al individuo mal educado y egoísta que conduce algún vehiculo, ese conductor que se repite y se reproduce formando una masa inconsciente y desorganizada, una frase reclamo, algo que los haga pensar, yo digo en una expresión puramente dominicana: “hermano edúquese” y me imagino la cara de alguien leyendo este letrero en la calle, haciendo una muesca y preguntándose ¿Cómo así?
Puesto que ya hay muchos que han completado su proceso educativo y se dirán ¿que mas tengo yo que educarme? también habrán otros, algunos con menos posibilidades económicas que dirán: ¿pero como así?, ¿con que tiempo? ¿Con que dinero? Y es que al final, nadie, ni los dominicanos que han tenido el privilegio de haber ido a Harvard, ni los autodidactas entenderán que la educación a la cual apelo, la que verdaderamente necesitamos es tan básica que no necesita aprenderse en ninguna institución. Es tener un poco de sentido común (el mas escaso de los sentidos).
Todos, al volante se vuelven iguales: mal educados.
El gran problema de este país es que somos sinvergüenzas. Nadie tiene vergüenza de romper las reglas. A nadie le importa meterse en una fila y robar el puesto de otro, cruzarse un semáforo en rojo. Ni siquiera los que pudieran saber pensar visualizan que cumpliendo las reglas pudiéramos tener una posibilidad minima de que el caos merme.
Bien dirá algún conductor (aunque haya ido a Harvard) ¿por que tengo yo que cumplir las reglas si los demás no lo hacen? La respuesta es sencilla: Porque si.
Porque para que un sistema funcione (por cierto, un sistema prácticamente universal) necesita reglas y necesita que se cumplan para poder llevarse a cabo. Que los individuaos participantes estén de acuerdo y puedan comunicarse en base a un mismo idioma operativo. ?Es que es tan complicado?
Mis reflexiones se agudizan cada vez que algún señor (en una jeepeta del año) cierra una intersección y me tengo que quedar media hora esperando. Lo he vivido mil veces. Me pregunto si el ha ido a Yale a hacer algún MBA, me quiero bajar del carro, tocarle el vidrio, preguntarle tantas cosas y decirle “hermano edúquese”, piense un poco, léase de nuevo el librito, pero sobre todo, sea considerado con su prójimo, demuestre que le importa su ciudad…¡Edúquese!, cambie ese chip y privemos en finos también en la calle.
Todos lo hemos vivido, tal vez, ese mismo señor lo ha vivido miles de veces y por eso no le importa hacerlo a los demás (y a si mismo) y por eso estamos así. Por eso Santo Domingo esta así. Pero cuando vuelvo a mi querida Punta Cana, creo que he salido del caos absoluto y no es así. Todos somos así, si no hacemos conciencia dentro de poco estaremos igual.
En este nuevo año escolar me he sentido que vivo un poco de “Santo Domingo” cada día al recoger a mi hija en el colegio a las 2:30. Cada vez que llega el momento de salir del lugar donde estoy estacionada, nadie me da paso. Espero, sin evocar sentimientos y apelando a la idea de que en Punta Cana no somos así, pero no es verdad. Para salir tengo que meterme, después de que ocho o nueve carros aceleran para que yo no salga, me meto a la fuerza, rogándole al cielo de que el próximo que viene por ahí, como típico dominicano, no quiera chocarme, y me voy, un poco avergonzada porque cansada de esperar, también cometí un acto mal educado y repitiendo en mi mente: “Hermano Edúquese”.
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