-Voy a dejar de ir a la sicóloga.
-Por qué, no te esbaba yendo bien?
-Me dijo que tenía que dejar de beber.
Los dominicanos tenemos dos grandes obsesiones que se relacionan directamente con el disfrute: el alcohol y las reuniones banales. Una fijación por la creación de situaciones que no tengan ninguna meta intelectual y luego de creadas, ser utilizadas como método de liberación del estrés… Cualquiera, por lo menos una vez en su vida, le ha dicho a algún amigo: vamos a juntarnos a hablar disparates y en esta invitación viene de forma implícita el hecho de tomar algún tipo de bebida espirituosa. Dejando claro aquí, que estas dos obsesiones van de la mano y sin una no es sostenible la otra.
Cuántas veces una querida amiga argentina me hubiese reprochado este “tan grave” hecho de hablar mierda (perdón), si allá, en su país nunca fuese fructífera una reunión sin un tema a debatir, a desarrollar. Era algo incomprensible para ella y yo le comentaba sonriente: Es sencillo, nuestras culturas están muy lejos la una de la otra, si buscaras las letras de un tango, jamás pudieses compararlas con las de un “mambo” (refiriéndome, of course* a las del merengue "hard core"). Las discusiones eran cortas. Cualquiera, no importa de donde venga, se rinde, por lo menos alguna vez, ante la tentación del disfrute de la risa y el reposo de la mente. Es algo que apoyo y practico, siempre y cuando estas situaciones no sustituyan la vida misma ni el ejercicio de la prudencia.
Ahora bien. Una cosa es hacer de estos pasatiempos una ocasión de fiesta y un método de escape esporádico y otra es dedicarse a hablar M en todo momento, peor aún: Escribir disparates.
¿Qué sentido tiene escribir sin la intención básica de querer comunicar? Cualquier publicación debería tener mínimamente algo entredicho, por lo menos contar algún hecho o si acaso permitir al lector intuir el interés de provocar algún sentimiento, alguna acción, ya sea una situación jocosa o el más primario horror… pero algo. Y quiero ser clara, no quiero sentir horror por haber leído a un mal autor, eso es demasiado fácil.
Hay que recordar que la palabra escrita prevalece. Yo, que soy una fresca (no lo niego), muero de miedo con el hecho de pensar en la posibilidad de que dentro de 15 años al releer algún escrito de mi autoría quiera morir de la vergüenza. Cuántos párrafos olvidados en algún folder esperan por mí para ser corregidos, revividos o dotados de algún sentido. No digo que soy buena y que no haya cometido errores de juicios u opiniones, no es eso. Solo creo que nadie quiere perder el tiempo que pudiese ser útil, el perder a propósito tiempo se ejerce de otras formas, las cuales hemos explicado.
A nadie le importa cuántas veces te paraste de una silla si finalmente no vas a llegar a ningún lado, ni las divagaciones huecas que pasean la mente y se quedan flotando, o si tristemente se te agotaron las historias y acabas golpeando la creatividad... Es cierto, no puedo decir “a nadie” hay de todo en esta vida.
* Mi amigo Dino Bonao utiliza esta expresión en varios de sus escritos. Besos para Dino.
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